Antes de plantar, es interesante que sepas reconocer el tipo de suelo que tienes. Si descubres que es pobre, demasiado alcalino o muy poroso, tendrás que corregirlo. Con unos cuantos secretos que te desvelamos, todo empezará bien.
1 De ácido a alcalino, o viceversa
Conocer el pH del suelo es importantísimo para que las plantas prosperen. Si presenta un pH inferior a 7 es ácido y, si lo supera, es alcalino. En ambos casos, lo puedes modificar sin grandes problemas. El terreno ácido se vuelve más alcalino añadiéndole cal. Y para que uno alcalino se vuelva ácido deberás agregar buenas dosis de estiércol, tierra de brezo o castaño.
2A la tierra caliza, materia orgánica
Aunque puede llegar a hacerse una pasta cuando está mojado, el suelo calizo seco resulta una barrera difícil de superar para las raíces. Por eso, antes de plantar aquí conviene corregir el exceso de cal añadiendo una capa abundante de materia orgánica, turba o estiércol. También puedes recuperar el equilibrio si le añades una parte de arena de río.
3 Plantas atlánticas, el terreno ácido es su favorito
Camelias, helechos, rododendros y hortensias son un ejemplo de las plantas que no soportan la cal y necesitan un suelo ácido para poder crecer. Estas especies requieren un terreno con buena permeabilidad y un pH entre 4,5 y 6 para sentirse a sus anchas. ¿Otras posibilidades? Castaños, brezos, begonias, cóleos, gardenias, acebos y cotoneáster.
4 Las bulbosas, en sustratos porosos
Una raíz o una parte vegetal enterrada de naturaleza carnosa –como un bulbo, un rizoma o un tubérculo– se pudre si no se encuentra en un terreno cuyo drenaje sea muy rápido y no se encharque. El único inconveniente es que pierde nutrientes con gran facilidad. ¿Cómo evitarlo? Añadiendo materia orgánica que aumente ligeramente la retención de agua.
5 Para los rosales, bases compactas
Se acomodan a cualquier tipo de suelo, excepto al calizo. Eso sí, todos deben estar bien compactos. El mejor terreno es el de color rojizo, ya que tiene arcilla con hierro, mineral que adoran las rosas. Antes de plantar, has de cavar a una profundidad de 30-50 cm, incorporando estiércol y abono orgánico para paliar la pérdida de nutrientes.
6 El más fértil, el arcilloso
El tipo de suelo más común en el centro peninsular y en la zona mediterránea es el arcilloso. Es una joya para (casi) cualquier planta que hunda en él sus raíces. Añadiendo materia orgánica, es capaz de cambiar su estructura con facilidad, convirtiéndose en un sustrato extremadamente fértil, perfecto para un gran número de plantas, como rudbequias, anémonas, celindas, áster, narcisos, parras o durillos.
7 El suelo pobre también vale (a veces)
Un terreno pobre se puede corregir para enriquecerlo, pero hay plantas capaces de crecer incluso en esos suelos tan precarios. Solo hay que saber cuáles son y se obrará el milagro. Las aromáticas se adaptan a los suelos calizos,
sin reparos: la malva común, el verbasco o el centranthus prosperan en suelos pobres; retamas y jaras crecen en terrenos con ambas características; y cristalinos o carpobrotus (uña de gato), que pueden crecer tan solo con arena de la playa.
8 Cuidado con la humedad
El suelo no debe mantenerse siempre húmedo pensando que todas las plantas lo agradecen y les viene bien para desarrollarse. De hecho, algunas especies son amantes de la sequedad y mueren ante un exceso de agua en el terreno, como las xerófilas. Cactus, echeveria, cristalino, siempreviva, así como muchas Coníferas, necesitan muy poquita humedad en el sustrato para vivir cómodamente y sentirse bien.
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